
El título engancha. Las cuatro primeras páginas enganchan. Pero todo lo que viene después es una suma de lugares comunes que sólo se sostiene por el buen oficio del escritor, que es poseedor de los recursos con los que hacer tirar la obra para adelante, y al lector con ella. Pero, no.
La belleza de las diversas tipografías que se desparraman por el librito ayudan un tanto a compensar la vaciedad de la anécdota: un crío al que no le gusta leer acaba haciendo un viaje fantástico al territorio del Libro, donde alguien le mostrará las posibilidades infinitas de las letras y de las palabras. Dicho recorrido no resulta increíble en sí, que no sería el problema en estas obras, sino inverosímil en su concepción. La afamada capacidad fabuladora del autor catalán patina esta vez y no logra fascinar, sino antes al contrario, hacer mirar varias veces el número de página por el que se anda, señal inequívoca, de que la cosa no atrapa. Si uno se acaba el libro es porque su lectura es fácil (no hay que olvidar que está dirigido a un público "a partir de 12 años").
El intento puede resultar loable, pero los materiales de que consta la invención no me parecen adecuados, y me parecen inspirados (cuando no copiados) de la idea de "La tienda de palabras" de Jesús Marchamalo (Siruela, 1999), que es a mi juicio muy superior. Eso sí, la versión actual de bolsillo, es mucho más asequible que la que salió en cartoné hace algunos años.
La belleza de las diversas tipografías que se desparraman por el librito ayudan un tanto a compensar la vaciedad de la anécdota: un crío al que no le gusta leer acaba haciendo un viaje fantástico al territorio del Libro, donde alguien le mostrará las posibilidades infinitas de las letras y de las palabras. Dicho recorrido no resulta increíble en sí, que no sería el problema en estas obras, sino inverosímil en su concepción. La afamada capacidad fabuladora del autor catalán patina esta vez y no logra fascinar, sino antes al contrario, hacer mirar varias veces el número de página por el que se anda, señal inequívoca, de que la cosa no atrapa. Si uno se acaba el libro es porque su lectura es fácil (no hay que olvidar que está dirigido a un público "a partir de 12 años").
El intento puede resultar loable, pero los materiales de que consta la invención no me parecen adecuados, y me parecen inspirados (cuando no copiados) de la idea de "La tienda de palabras" de Jesús Marchamalo (Siruela, 1999), que es a mi juicio muy superior. Eso sí, la versión actual de bolsillo, es mucho más asequible que la que salió en cartoné hace algunos años.
1 comentario:
Quiero este libro por favor
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